Ese bendito don
Por
Pato Ortiz
Desde un comienzo, el hombre nacido con todos
sus sentidos, descubrió y utilizó el sentido de la vista para observar todo lo
de su alrededor. Utilizó sus ojos, acompañados por la grata compañía de sus
párpados y sus pestañas para deleitarse con la naturaleza, contemplando cada
detalle. Dios lo dotó con un valiosísimo don y al conjunto se le suma uno de
los elementos fundamentales en todo ser humano, la mirada; con esta cada uno
transmite infinitos sentimientos y sensaciones, es algo habitual, sin pensarlo,
observamos todo e inconscientemente pestañeamos.
¿Cuántas
veces una persona fija su mirada hacia algo que la atrae? ¿Cuántas veces pestañea
una persona en el día? Tampoco lo sabemos, pestañeamos constantemente, cuando
tenemos sueño, ante algún ruido, cuando nos sopla el viento en la cara. Todo el
tiempo.
Es
tan sencillo que uno no necesita instrucciones para saber cómo, simplemente lo
hacemos, dura tan solo unos segundos y en ellos nos alejamos de la realidad por
un instante, es como un ritmo, nos marca una bella melodía y nos permite
demostrarle a los demás lo más profundo de nuestro ser.
Sin
embargo, nuestros ojos no descansan ni cuando dormimos. Pero, cuando los
abrimos, algo mágico sucede. El mundo cae a nuestros pies entregándonos todo su
esplendor, observamos los elementos de cada nuevo día acompañados a diario por ese
bendito don de pestañear.
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