martes, 25 de noviembre de 2014

Ese bendito don 
Por Pato Ortiz

 Desde un comienzo, el hombre nacido con todos sus sentidos, descubrió y utilizó el sentido de la vista para observar todo lo de su alrededor. Utilizó sus ojos, acompañados por la grata compañía de sus párpados y sus pestañas para deleitarse con la naturaleza, contemplando cada detalle. Dios lo dotó con un valiosísimo don y al conjunto se le suma uno de los elementos fundamentales en todo ser humano, la mirada; con esta cada uno transmite infinitos sentimientos y sensaciones, es algo habitual, sin pensarlo, observamos todo e inconscientemente pestañeamos.
¿Cuántas veces una persona fija su mirada hacia algo que la atrae? ¿Cuántas veces pestañea una persona en el día? Tampoco lo sabemos, pestañeamos constantemente, cuando tenemos sueño, ante algún ruido, cuando nos sopla el viento en la cara. Todo el tiempo.
Es tan sencillo que uno no necesita instrucciones para saber cómo, simplemente lo hacemos, dura tan solo unos segundos y en ellos nos alejamos de la realidad por un instante, es como un ritmo, nos marca una bella melodía y nos permite demostrarle a los demás lo más profundo de nuestro ser.
Sin embargo, nuestros ojos no descansan ni cuando dormimos. Pero, cuando los abrimos, algo mágico sucede. El mundo cae a nuestros pies entregándonos todo su esplendor, observamos los elementos de cada nuevo día acompañados a diario por ese bendito don de pestañear.



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